martes, 31 de mayo de 2011

El por qué de los hobbies.

Ángel se rió con mi anterior post, el del patito feo, y no porque fuera un post especialmente divertido. A él le hace gracia imaginarme como una niña ya preocupada. Supongo que, víctima de su propia inocencia, creía que mi estado de estrés y preocupación mentales se debían a una etapa concreta de mi vida. Pero lo cierto es que yo nací con esa habilidad/tara.

Mi cerebro tiene la capacidad de permanecer en estado de alerta máxima de forma incombustible. No necesita una fuente de problemas porque puede crearlos él mismo, engañándome y convirtiéndome en su arma de destrucción.

Llevo casi un cuarto de siglo luchando por ser un poco más Jekyll que Mr. Hyde, pero tengo que reconocer que he tenido poco éxito en esta cruzada personal. Sí que he conseguido reducir el radio de acción y, de algún modo, la gravedad de las consecuencias. Al menos.

A la gente moderadamente equilibrada puede que le suene marciano, pero a mí me resulta muy difícil dejar la mente en blanco, desconectar y relajarme. Y no es totalmente imposible gracias a los hobbies. Porque los hobbies no surgieron para matar el tiempo libre de la gente como muchos creen, sino para salvarme la vida. A mí y a los de mi especie, claro.
Escuchar música, ver una película, cocinar, correr, jugar a las cartas, dibujar, escribir, leer, coleccionar ponys, etc.; no es más que una escapatoria, un soplo de aire fresco que nos permite reiniciar el sistema y poder continuar sin reventar.

Con cada puntada estoy un poco más lejos de mí, de ti y de todo lo que nos rodea. Porque en ese momento sólo me importan la aguja, el hilo y, en ocasiones, mi dedo.

jueves, 26 de mayo de 2011

El patito feo.

Aún no tenía 6 años cuando mis padres me dijeron que iba a tener un hermano. Y digo hermano, generalizando, porque cuando me dieron la noticia aún no se sabía qué podría ser.

Recuerdo lo emocionada y nerviosa que estaba metida en el coche, con mis padres, camino hacia Madrid el día que por fin sabría si iba a tener un hermano o una hermana. De la misma manera que recuerdo lo poco que me gustó que me dijeran que iba a ser un niño. Yo quería una hermana y este pequeño contratiempo había arruinado mi futuro.

Recuperada de la primera desilusión que me había dado mi hermano sin ni siquiera haber nacido, empecé a dedicar mis tardes a elaborar un plan de supervivencia. El plan consistía en preparar un montón de fichas para él. Copié muchísimos dibujos para que los pudiera colorear, trasladé mis pequeños conocimientos de inglés al papel y rescaté la máquina de escribir de mi abuelo para los relatos que escribía. No conocía a nadie con hermanos pequeños que pudieran darme una pista para saber qué podía hacer yo con uno propio. Así que subconscientemente, decidí que mi labor era la de convertir al mío en uno superdotado.

Cuando nació y descubrí que NADA de lo que yo tenía previsto podría llevarse a cabo volví a hundirme en la miseria. Un hermano pequeño no era útil si sólo dedicaba su tiempo a comer, dormir y babear. ¿Cómo iba a colorear mis dibujos si ni siquiera podía mantener su propia cabeza? ¿Qué le había hecho yo a Dios para que me castigara de aquella manera? ¿Acaso era mucho lo que yo estaba pidiendo?

De nuevo seguía sola y con más tiempo libre que nunca. El verano estaba a la vuelta de la esquina y ya no me apetecía seguir escribiendo relatos plagiados de los libros de Enyd Blyton y tampoco quería seguir dibujando. Las vías por las que canalizar mi arte infantil se acababan.

Al lado de casa abrió una nueva mercería y al pasar por su escaparate vi un tapiz en el que estaba dibujada una bailarina. Siempre me ha costado muchísimo pedir que me compraran algo concreto. Me moría de vergüenza, casi literalmente. Así que la única forma que tenía de transmitir cuánto me gustaba ese tapiz era parar a mirarlo todos los días y suspirar "ay".

La prueba definitiva para saber que mi lenta y sutil técnica había funcionado fue descubrir una bolsa pequeña sobre mi cama. Dentro había un kit con un tapiz pequeño y con todo el material que necesitaba: aguja, hilo e instrucciones.

Era un patito amarillo. Con la alegría y las ganas de empezar a coser se me olvidó la bailarina. Pero sólo por un tiempo.




Y así es cómo comenzó mi afición al petit point desde pequeña.


Comienzo.

A finales de verano del 2003 abrí mi primer blog. Algo más tarde, por Navidad, me mudé e improvisé (con ayuda) mi propia web. Seguía siendo un blog, pero tenía cosas tan innovadoras como un tag-board y un fondo muy bonito que había dibujado una chica coreana que conocí ese mismo verano. Lo mantuve activo durante años, bastantes, y ahora mismo soy incapaz de recordar cuál era la dirección de esa web y el título. Sólo recuerdo el nick. Ya no me identifica, así que no importa.

Hablaba sobre mí y sobre mi vida, o lo que yo percibía como tal por entonces. También había micro-relatos e historias totalmente inventadas que hacía mías porque me ayudaban a transmitir cómo me sentía. Me sorprende recordar la capacidad que tenía para escribir entradas casi a diario de una forma tan apasionada cuando tenía tan poco que contar, realmente.

Llevo unos meses con las ganas de empezar un nuevo blog y lo único que me ha echado hacia atrás ha sido la pregunta que, supongo, cualquiera que quiera abrir uno se planteará "¿sobre qué voy a escribir?". Ahora no quiero ni necesito soltar un montón de rabia al mundo a través de internet. No me apetece esconderme detrás de ningún nick nuevo, ni transformar mi entorno para que resulte imposible reconocerlo. Para eso tengo una cuenta en Facebook totalmente privada. ¡El mundo ha perdido a una exhibicionista!

Así que si estás leyendo esto es porque he encontrado la respuesta ;)