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jueves, 23 de junio de 2011

Cisnes negros.

El verano del 98 fue un verano difícil.

Mi abuelo murió la noche de San Juan y con su pérdida me quedé sin abuelos maternos y la persona que más he admirado jamás.

Él tenía más de 40 años cuando mi madre nació, así que cuando yo llegué tenía casi 70. Siempre he tenido envidia de mis primos mayores por poder haber vivido cosas con él que yo nunca he podido vivir. Con 70 años mi abuelo ya era viejo y, aunque ha salido conmigo a pasear y me ha llevado a tomar batidos de chocolate, no me ha podido subir en su coche para llevarme a ver su huerto, a pescar cangrejos o a merendar en el pinar.

Al menos, él vivió siempre en la planta baja de mi casa (la que antes fuera suya). Mi abuela murió cuatro años antes y desde entonces vivía "solo". Nunca le ha gustado invadir la intimidad de los demás ni dejar de disfrutar de la suya. Así que por mucho que mis padres insistieran en que comiera y cenara con nosotros, él prefería comer abajo, solo, viendo las noticias y fumándose un cigarro.

Para su edad era bastante ágil y podía subir y bajar escaleras con relativa facilidad, pero yo me encargaba de bajarle la comida y la cena. Era un hombre de manías y de costumbres. Cuando descubría que la codorniz al horno le gustaba más de lo que recordaba de la última vez, no comía otra cosa durante semanas e incluso meses. Y ahí estaba yo, bajando todos los días la codorniz al horno con patatas que él demandaba. En mis años de camarera tuve un único desliz en el que sólo sufrió la codorniz mientras iba dando botes de un escalón a otro hasta terminar estampada en el suelo. Y mi abuelo, que para cubrirme la tiró y se quedó sin comer, como si nada hubiera ocurrido.

En esas manías y costumbres no puedo negar que he salido a él. Cuando he vivido sola y he perdido el autocontrol me he dedicado a comer lo mismo hasta que me aburría y descubría otra cosa. Podía ser Nocilla a cucharadas, muslitos de cangrejo, salsa barbacoa o huevos fritos. Todo en cantidades ingentes y repetitivamente.

Me he quedado con su afición de escribir con pluma, el acto reflejo de levantar el dedo meñique cuando bebo, la adicción al café, el tic nervioso en la pierna y las malas pulgas. Esto último podría haberlo heredado
de mi abuela. Y los pies amorfos también.

También tengo tan buen oído musical como él. Sabía muchísimo solfeo pero nunca llegó a tocar ningún instrumento en serio. Le apasionaba la guitarra y con 10 años yo empecé a tocarla. Sufro algún sucedáneo del pánico escénico y la relación entre la guitarra y yo empezó a verse afectada en cuanto aparecieron los conciertos en público. Ésta y muchas otras cosas consiguieron que le cogiera cierta manía al instrumento y que hoy en día mi segunda guitarra (la primera la rompió mi hermano al viejo estilo concierto de rock) siga desafinada en algún armario de la casa. En solitario sólo la he tocado con el que fue mi profesor y con mi abuelo. Me gustaría que Ángel formara parte de esa nano-lista, pero de momento tendrá que esperar.

Él me enseñó a montar en bici con una BH verde y a amar la naturaleza. Suena a tópico decir que lo único
que ves en la televisión son los documentales de la 2, pero mientras mi abuelo estuvo vivo fue totalmente cierto. Después de comer él subía a dejar los platos de la comida y nos bajábamos los dos a sentarnos en su sofá enorme a verlo. Se podría decir que todo lo que sé acerca de los animales ha sido gracias a él y a Gerald Durrel, porque desde que él murió no he vuelto a sentarme en el sofá después de comer para ver la 2, ni ninguna otra cadena.

Escribiendo todo esto parece que todo lo que hiciera en su día con él sea una especie de tabú que ha quedado anclado en el tiempo y no pueda continuar haciéndolo con normalidad. Supongo que de alguna manera, es cierto. Excepto, por ejemplo, montar en bici.

Pese a que fue él quien me enseñó, mientras él estuvo vivo yo sólo había cogido la bici para aprender. Cuando conseguí mantenerme en equilibrio se abrió un abanico de posibilidades ante mí que mis padres cerraron de una. Les daba miedo que cogiera la bici y me fuera con ella sola. Encima, en un acto de crueldad infinito, mis padres me regalaron una bici de montaña al terminar 4º de Primaria. Su función era estar aparcada abajo y no tenermás movimiento que el que permitía un patio interior.

Al faltar mi abuelo, mis padres se "despreocuparon" en ese aspecto. A lo largo de mi vida he demostrado ser mucho más tonta que lista, pero en ese momento fui lo suficientemente astuta como para saber aprovecharme de la situación. Calmaba mi rabia y mi tristeza cogiendo la bici y yéndome por ahí. Al principio lo hacía a escondidas y mis fugas eran cortas. Poco a poco se fueron haciendo más y más largas hasta que empecé a llegar casi de noche a casa. Esto y vagar sin hablar supusieron mi primer castigo oficial.

De un plumazo me quedé sin salir a la calle con o sin bici y sin piscina. En casa aún no había llegado internet y mis únicas opciones eran leer y terminar un cuadro de petit point que se me había atragantado en invierno. Ponerse a leer sola en una habitación como una pre-adolescente marginal no parecía arreglar el asunto de "No nos hablas, no te comunicas y no expresas tus sentimientos. Parece que no quieres a tu familia", así que mientras había gente en mi casa sólo escuchaba

"Mari, ponte con el cuadro"
"Siéntate con nosotros y ponte con el cuadro"
"Blablacuadroblablacuadro"

Años más tarde descubriría que mi estado era "hasta los cojones", pero a esa edad aún hablaba muy bien y de forma correcta y sólo sabía que estaba harta. Como máximo acto de rebeldía decidí hacer punto sólo cuando estuviera sola y seguir leyendo y discutiendo con mi hermano cuando volvieran.

Una mañana mis padres y mi hermano se fueron de viaje. Sólo tenía que ocuparme de apagar la olla exprés y de hacer lo que me apeteciera. Y lo que me apeteció fue tumbarme en el sofá del salón a terminar el cuadro para lanzarlo sobre sus cabezas cuando volvieran. Estaba tan concentrada dando puntadas y viendo California Dreams que olvidé completamente a mis padres, a mi hermano y a la olla exprés.

Cerca del medio día me levanté para ir al baño y justo cuando iba a cruzar por la puerta de la cocina se escuchó BOOOOOOOOOOMMMM!!!!! y en un abrir y cerrar de ojos el suelo estaba inundado y las paredes y el techo de la cocina forrado de judías.

Cuando volvieron tuve que ahorrarme el numerito estrella en el que desde la puerta de las escaleras les lanzaba el cuadro y optar por el de drama-queen que intenta ser la víctima de la olla y no al revés.

Ojala hubiera ocurrido en la era de las cámaras digitales. Ahora mismo podría postear la foto de la cocina, mucho más divertida, mejor que la del cuadro-de-la-destrucción.


Son dos cisnes, pero han pasado a la Historia como "los patos". Hoy está colgado en el descanso de la escalera de mi casa, aunque ha pasado por varios sitios, entre ellos el escaparate de la mercería en la que lo compré. Fue mi primer cuadro de petit point grande y necesitaba que luciera en mi casa como tal, así que en ese escaparate duró un fin de semana.

Mirad qué cara de cabroncete se le quedó para el resto de los tiempos, después de implicarme directamente en la explosión:


Cuando Marduk me preguntó que cuál fue mi siguiente cuadro de petit point, después del conejito, me entró muchísima pereza preparar un post para enseñarlo. Para mí este cuadro siempre será ese verano y ese verano, pese a todo lo que pudiera ocurrir, será mi abuelo. Igual que para mucha gente hoy es la noche de San Juan, para mí hoy es su noche. Así que aunque no me guste ni escribir, ni hablar sobre él, he querido dejar esto aquí, congelado, para poder seguir hablando del resto de cuadros que vinieron después sin saltarme nada. Nada importante.

sábado, 18 de junio de 2011

Avances

Durante los fines de semana no paro mucho por casa y el tiempo que estoy aquí es el necesario para prepararme e irme otra vez.

Toca actualización exprés para que veáis cómo va el cuadro del jarrón de flores. He avanzado un montón, ¡y eso que lo cogí con poquísimas ganas!

Así lo cogí el día 10 de este mes:



Y así es como está a día de hoy:




lunes, 13 de junio de 2011

Segundas oportunidades.

Tener tan claro cuál es tu color favorito puede llegar a resultar peligroso. Mucha gente da por hecho que cualquier cosa te va a gustar simplemente por ser de ese color. En mi caso es el morado y hasta hace relativamente poco había tenido bastante suerte. Se puso de moda hace unos años y eso provocó que un montón de ropa que jamás había visto en ese color, de repente, inundara los escaparates, las calles y mi armario. Poder comprarse una camiseta morada del tipo que más me gustara en ese momento era de agradecer. Pero las risas aún estaban por llegar.

La primera Navidad después del purple-boom fue como la recolecta de una cosecha de 100 hectáreas abonada con pigmento morado en todos sus matices a la que no le había faltado el riego.

Todo era morado y, salvo cuatro cosas, horrible. Y no por el color, eso que quede muy claro. Nunca me ha molestado que la gente me regale cosas moradas porque, en serio, ese color me encanta. Lo que me choca es el "todo vale" en plan: "Oh, mira, un búfalo que ha muerto ahogado y está a punto de empezar a descomponerse. Pero bueno, es morado, ¡seguro que le gusta!", "Voy a regalarle un ramo de cardos borriqueros, que como son morados seguro que le encantan" Pues lo siento, pero no. Los búfalos me gustan marrones (y vivos) pastando felices en los documentales de la 2. Y tendrían que someterme a la tortura china para desvelar cuál es mi flor favorita. No soy tan tonta como para cometer el mismo error dos veces.

Una de mis tías decidió que mi colonia diaria debía ser Ultraviolet (¿morada? ¡morada!) y mi único tío que no, que mejor Halloween (¿morada? ...). Y desde entonces, todas las Navidades han seguido el mismo patrón. Las colonias, al menos, son fijas, pero el factor sorpresa ha pasado a ser el factor creepy.

En éstas no podía faltar mi madre. Que me regaló este tapiz para que, una vez hecho, yo se lo regalara a ella (releed, releed, pero es tal cual):


Un pedazo de jarrón con flores moradas y fondo en los mismos tonos. La luz ha jugado una mala pasada y se ve mucho más azul de lo que es en realidad (poco, nada).

Basta con que te impongan algo para encontrar de forma automática mil cosas mejores y más interesantes que hacer antes que lo que "debes". Encima, entre el tapiz y yo no hubo ningún tipo de feeling. Más bien rechazo.

"¡Pero si es morado!"

Lo empecé a regañadientes y después de hacer un poco de allí y otro poco de allá lo dejé aparcado en el fondo del costurero, junto al pato. De vez en cuando mi madre lo ha sacado para paseármelo por la cara, a modo de extraño cortejo. Nunca había tenido éxito, hasta el viernes pasado.

Estaba tan harta de encontrármelo cada dos por tres que decidí re-empezarlo. No me gusta dejar las cosas a medias y esto no va a ser una excepción que pueda recriminarme mi cerebro cuando haya agotado los temas recurrentes. Para que veáis lo poquito que llevaba hecho hasta entonces he hecho una foto del revés:


Espero que el blog me anime a terminarlo cuanto antes. Sabiendo que en algún lugar ha quedado registrada la fecha exacta sólo quedan dos posibilidades 1) terminarlo pronto, salvando mi honor, 2) mandarlo al cuerno otra vez y acabar con la vida de todos los testigos.

También confío en el clima como aliciente. A ver quién aguanta tres meses de infierno con esa manta cubriéndole las piernas.

P.D.: Lectores-regaladores y lectores-regaladores-en-potencia: seguid comprándome cosas moradas. Me gustan mucho, en serio. Sólo tienen que ser bonitas en conjunto, no sólo en color. Y sobre todo: ¡regaladme cosas, lo que sea!

jueves, 9 de junio de 2011

El conejo y su trébol.

Seamos claros: el petit point es como el hermano tonto del punto de cruz. No hay que calcular cuántos puntos tiene el cuadro por alto y por ancho para que el trozo de panamá no se quede corto y esté bien centrado, el patrón viene pintado en el cañamazo y si algo no cuadra no hay por qué volverse histéricos buscando el error en los mil puntos que ya has dado. O eso es lo que parece.

Lo que en principio es una ventaja se puede convertir fácilmente en una pesadilla. Una pesadilla a la altura de las circunstancias, o sea, pequeña.

El dibujo ya impreso en el cañamazo no tiene por qué ser "exacto". Es decir, en el punto de cruz los puntos que hay que dar están en los patrones tal cual hay que darlos, pero aquí, al estar pintado, quedan colores en lo que podríamos llamar "tierra de nadie". En paisajes de playa, plantas, etc. no tiene mucha importancia, pero en animales, personas o, no sé, muebles es un coñazo.

Cuando hice mi primer mini-cuadro, el pato, me puse a coser como un alma libre. Aparte de hacerle una cabeza bicolor y dejarlo flotando entre dos aguas sin ningún tipo de gracia, le hice la forma a mi manera. De la manera equivocada, quiero decir.



Hice el pico y algunos bordes de la cabeza con medio punto de medio punto. Algo que hace que el dibujo quede exactamente perfilado por el hilo pero que da un aspecto horrible al resultado final. Eso nadie me lo dijo, pero no me costó demasiado entender que no podía ser así. Si realmente lo era, el petit point era el mayor despropósito estético que se podía hacer con las agujas. Y mirad que hay cosas...

A los 6 años mi percepción sobre el mundo y las personas que lo habitaban no era la que tengo ahora, lo que me permitió apostar por la Humanidad y sus buenas intenciones. Acepté el error como mío y le di una segunda oportunidad al cañamazo pintado.

Mi madre consideró oportuno que siguiera practicando con cosas pequeñas y volví a coger un cuadro del mismo tamaño que el anterior. ¡Pero nada de kits! El tapiz venía solo y yo me encargaría de escoger los colores por mi propia cuenta y riesgo.

Me llevé a casa un conejo tímido con un trébol y en poquísimo tiempo lo terminé. Tenía muchas ganas de enseñarlo acabado y una ilusión tremenda porque éste sí que estaba bien hecho. Ni medios puntos de medios puntos, ni colores diferentes para las mismas cosas. Un conejito que no tendría que seguir viviendo por el resto de sus días en el fondo de ningún costurero.


Por si fuera poco, había conseguido lo que yo creía que era el objetivo de cualquier artista: ver enmarcada su obra. Ha pasado por varias paredes de mi casa, hasta acabar en mi habitación, justo debajo del único cuadro hecho a punto de cruz que he hecho para mí. No es especialmente bonito, pero le tengo muchísimo cariño y cuando cambie de casa se tendrá que venir conmigo.

No seáis demasiado críticos con el conejito. Con él aprendí a hacer los puntos completos, como debía, y a darme cuenta, una vez enmarcado, de que si no hacías todos los puntos iguales los más apretados quedaban feos y los más sueltos se aplastaban contra el cristal. Además, su trébol sólo tiene tres hojas.

jueves, 2 de junio de 2011

A los kits los arma el diablo.

Cuando faltaba poco para terminar el pato, angustiada, me di cuenta de que no habría suficiente hilo. Por alguna razón, el señor que se encargaba de poner a punto los kits de costura no había estado todo lo atento que debía. En esos kits tan pequeños las madejas vienen "a granel", sin numeración, ni nada. Con el blanco y el negro siempre es fácil, porque el blanco es blanco y el negro es negro, pero con el azul y el amarillo la cosa se complica.

Sin pensármelo dos veces, cogí dos muestras pequeñas y fui a la mercería. La dependienta no tenía el color exacto y usó sus malas artes para hacerme creer que un tono similar quedaría igual de bien. Y, en fin, sobra decir que esa fulana me engañó. Por muy similar que fueran los colores se notaba, el error estaba ahí, salpicándome las pupilas. De hecho, al tenerlo listo, era lo único que yo veía: un pato con la cabeza bicolor y un lago con dos tipos de aguas.

La única solución era enterrarlo en el fondo del costurero, para quitarlo de la circulación y, así, evitar que alguien pudiera ver el desastre. Puede que lo que para mí es ley de vida a vosotros os parezca exagerado, pero cuando ocurrían este tipo de cosas ésa era mi única reacción. Como cuando pinté una palmatoria de escayola para mi profesora de 3º de Primaria y mi hermano (de 2 años) repintó a su manera mientras yo merendaba feliz en la cocina. En lugar de rerepintarla la tiré a la basura y fingí, sin éxito, que jamás había existido tal palmatoria de escayola y que necesitaba otra.

Propio de mí, cuando me lo compraron, publiqué a los cuatro vientos que estaba haciendo el mini-cuadro, convirtiendo al pato amarillo en el pato más famoso de mi familia. Así que con la desaparición del pato aparecieron las preguntas.

¿Dónde está el pato? ¿Ya has terminado el pato? ¿No haces pato? ¿Ya no te gusta el pato?

Hasta las narices del p*to pato y de mi familia pensé que, con lo tontos que eran, no tendrían por qué darse cuenta. Corría el riesgo de que mi abuelo sí lo notara, porque era tan listo como yo, pero su vejez y sus dioptrías jugaban a mi favor.

Confiada lo presenté en sociedad y fue acogido como si fuera a formar parte de la Capilla Sixtina. Esto no hizo más que confirmar lo que yo ya sospechaba hasta que mi madre dijo:

Está muy bien para ser su primer cuadro y para tener seis años.

Con eso quería decir que, en fin, no estaba perfecto. Algo que yo ya sabía pero que no quería que supieran los demás. Era poco menos que un insulto, como cuando te regalan una versión fácil de El Quijote sonriéndote con condescendencia.

Supongo que ésa es una de las razones por las que ese cuadro jamás fue enmarcado, ni siquiera planchado, y que aún esté en mi costurero. Pero gracias a él aprendí dos cosas: 1) si no quería que nadie viera que había hecho algo mal tenía que hacerlo bien, 2) los kits eran una mierda y no volvería a comprarme uno.

martes, 31 de mayo de 2011

El por qué de los hobbies.

Ángel se rió con mi anterior post, el del patito feo, y no porque fuera un post especialmente divertido. A él le hace gracia imaginarme como una niña ya preocupada. Supongo que, víctima de su propia inocencia, creía que mi estado de estrés y preocupación mentales se debían a una etapa concreta de mi vida. Pero lo cierto es que yo nací con esa habilidad/tara.

Mi cerebro tiene la capacidad de permanecer en estado de alerta máxima de forma incombustible. No necesita una fuente de problemas porque puede crearlos él mismo, engañándome y convirtiéndome en su arma de destrucción.

Llevo casi un cuarto de siglo luchando por ser un poco más Jekyll que Mr. Hyde, pero tengo que reconocer que he tenido poco éxito en esta cruzada personal. Sí que he conseguido reducir el radio de acción y, de algún modo, la gravedad de las consecuencias. Al menos.

A la gente moderadamente equilibrada puede que le suene marciano, pero a mí me resulta muy difícil dejar la mente en blanco, desconectar y relajarme. Y no es totalmente imposible gracias a los hobbies. Porque los hobbies no surgieron para matar el tiempo libre de la gente como muchos creen, sino para salvarme la vida. A mí y a los de mi especie, claro.
Escuchar música, ver una película, cocinar, correr, jugar a las cartas, dibujar, escribir, leer, coleccionar ponys, etc.; no es más que una escapatoria, un soplo de aire fresco que nos permite reiniciar el sistema y poder continuar sin reventar.

Con cada puntada estoy un poco más lejos de mí, de ti y de todo lo que nos rodea. Porque en ese momento sólo me importan la aguja, el hilo y, en ocasiones, mi dedo.

jueves, 26 de mayo de 2011

El patito feo.

Aún no tenía 6 años cuando mis padres me dijeron que iba a tener un hermano. Y digo hermano, generalizando, porque cuando me dieron la noticia aún no se sabía qué podría ser.

Recuerdo lo emocionada y nerviosa que estaba metida en el coche, con mis padres, camino hacia Madrid el día que por fin sabría si iba a tener un hermano o una hermana. De la misma manera que recuerdo lo poco que me gustó que me dijeran que iba a ser un niño. Yo quería una hermana y este pequeño contratiempo había arruinado mi futuro.

Recuperada de la primera desilusión que me había dado mi hermano sin ni siquiera haber nacido, empecé a dedicar mis tardes a elaborar un plan de supervivencia. El plan consistía en preparar un montón de fichas para él. Copié muchísimos dibujos para que los pudiera colorear, trasladé mis pequeños conocimientos de inglés al papel y rescaté la máquina de escribir de mi abuelo para los relatos que escribía. No conocía a nadie con hermanos pequeños que pudieran darme una pista para saber qué podía hacer yo con uno propio. Así que subconscientemente, decidí que mi labor era la de convertir al mío en uno superdotado.

Cuando nació y descubrí que NADA de lo que yo tenía previsto podría llevarse a cabo volví a hundirme en la miseria. Un hermano pequeño no era útil si sólo dedicaba su tiempo a comer, dormir y babear. ¿Cómo iba a colorear mis dibujos si ni siquiera podía mantener su propia cabeza? ¿Qué le había hecho yo a Dios para que me castigara de aquella manera? ¿Acaso era mucho lo que yo estaba pidiendo?

De nuevo seguía sola y con más tiempo libre que nunca. El verano estaba a la vuelta de la esquina y ya no me apetecía seguir escribiendo relatos plagiados de los libros de Enyd Blyton y tampoco quería seguir dibujando. Las vías por las que canalizar mi arte infantil se acababan.

Al lado de casa abrió una nueva mercería y al pasar por su escaparate vi un tapiz en el que estaba dibujada una bailarina. Siempre me ha costado muchísimo pedir que me compraran algo concreto. Me moría de vergüenza, casi literalmente. Así que la única forma que tenía de transmitir cuánto me gustaba ese tapiz era parar a mirarlo todos los días y suspirar "ay".

La prueba definitiva para saber que mi lenta y sutil técnica había funcionado fue descubrir una bolsa pequeña sobre mi cama. Dentro había un kit con un tapiz pequeño y con todo el material que necesitaba: aguja, hilo e instrucciones.

Era un patito amarillo. Con la alegría y las ganas de empezar a coser se me olvidó la bailarina. Pero sólo por un tiempo.




Y así es cómo comenzó mi afición al petit point desde pequeña.