El verano del 98 fue un verano difícil.
Mi abuelo murió la noche de San Juan y con su pérdida me quedé sin abuelos maternos y la persona que más he admirado jamás.
Él tenía más de 40 años cuando mi madre nació, así que cuando yo llegué tenía casi 70. Siempre he tenido envidia de mis primos mayores por poder haber vivido cosas con él que yo nunca he podido vivir. Con 70 años mi abuelo ya era viejo y, aunque ha salido conmigo a pasear y me ha llevado a tomar batidos de chocolate, no me ha podido subir en su coche para llevarme a ver su huerto, a pescar cangrejos o a merendar en el pinar.
Al menos, él vivió siempre en la planta baja de mi casa (la que antes fuera suya). Mi abuela murió cuatro años antes y desde entonces vivía "solo". Nunca le ha gustado invadir la intimidad de los demás ni dejar de disfrutar de la suya. Así que por mucho que mis padres insistieran en que comiera y cenara con nosotros, él prefería comer abajo, solo, viendo las noticias y fumándose un cigarro.
Para su edad era bastante ágil y podía subir y bajar escaleras con relativa facilidad, pero yo me encargaba de bajarle la comida y la cena. Era un hombre de manías y de costumbres. Cuando descubría que la codorniz al horno le gustaba más de lo que recordaba de la última vez, no comía otra cosa durante semanas e incluso meses. Y ahí estaba yo, bajando todos los días la codorniz al horno con patatas que él demandaba. En mis años de camarera tuve un único desliz en el que sólo sufrió la codorniz mientras iba dando botes de un escalón a otro hasta terminar estampada en el suelo. Y mi abuelo, que para cubrirme la tiró y se quedó sin comer, como si nada hubiera ocurrido.
En esas manías y costumbres no puedo negar que he salido a él. Cuando he vivido sola y he perdido el autocontrol me he dedicado a comer lo mismo hasta que me aburría y descubría otra cosa. Podía ser Nocilla a cucharadas, muslitos de cangrejo, salsa barbacoa o huevos fritos. Todo en cantidades ingentes y repetitivamente.
Me he quedado con su afición de escribir con pluma, el acto reflejo de levantar el dedo meñique cuando bebo, la adicción al café, el tic nervioso en la pierna y las malas pulgas. Esto último podría haberlo heredado
de mi abuela. Y los pies amorfos también.
También tengo tan buen oído musical como él. Sabía muchísimo solfeo pero nunca llegó a tocar ningún instrumento en serio. Le apasionaba la guitarra y con 10 años yo empecé a tocarla. Sufro algún sucedáneo del pánico escénico y la relación entre la guitarra y yo empezó a verse afectada en cuanto aparecieron los conciertos en público. Ésta y muchas otras cosas consiguieron que le cogiera cierta manía al instrumento y que hoy en día mi segunda guitarra (la primera la rompió mi hermano al viejo estilo concierto de rock) siga desafinada en algún armario de la casa. En solitario sólo la he tocado con el que fue mi profesor y con mi abuelo. Me gustaría que Ángel formara parte de esa nano-lista, pero de momento tendrá que esperar.
Él me enseñó a montar en bici con una BH verde y a amar la naturaleza. Suena a tópico decir que lo único
que ves en la televisión son los documentales de la 2, pero mientras mi abuelo estuvo vivo fue totalmente cierto. Después de comer él subía a dejar los platos de la comida y nos bajábamos los dos a sentarnos en su sofá enorme a verlo. Se podría decir que todo lo que sé acerca de los animales ha sido gracias a él y a Gerald Durrel, porque desde que él murió no he vuelto a sentarme en el sofá después de comer para ver la 2, ni ninguna otra cadena.
Escribiendo todo esto parece que todo lo que hiciera en su día con él sea una especie de tabú que ha quedado anclado en el tiempo y no pueda continuar haciéndolo con normalidad. Supongo que de alguna manera, es cierto. Excepto, por ejemplo, montar en bici.
Pese a que fue él quien me enseñó, mientras él estuvo vivo yo sólo había cogido la bici para aprender. Cuando conseguí mantenerme en equilibrio se abrió un abanico de posibilidades ante mí que mis padres cerraron de una. Les daba miedo que cogiera la bici y me fuera con ella sola. Encima, en un acto de crueldad infinito, mis padres me regalaron una bici de montaña al terminar 4º de Primaria. Su función era estar aparcada abajo y no tenermás movimiento que el que permitía un patio interior.
Al faltar mi abuelo, mis padres se "despreocuparon" en ese aspecto. A lo largo de mi vida he demostrado ser mucho más tonta que lista, pero en ese momento fui lo suficientemente astuta como para saber aprovecharme de la situación. Calmaba mi rabia y mi tristeza cogiendo la bici y yéndome por ahí. Al principio lo hacía a escondidas y mis fugas eran cortas. Poco a poco se fueron haciendo más y más largas hasta que empecé a llegar casi de noche a casa. Esto y vagar sin hablar supusieron mi primer castigo oficial.
De un plumazo me quedé sin salir a la calle con o sin bici y sin piscina. En casa aún no había llegado internet y mis únicas opciones eran leer y terminar un cuadro de petit point que se me había atragantado en invierno. Ponerse a leer sola en una habitación como una pre-adolescente marginal no parecía arreglar el asunto de "No nos hablas, no te comunicas y no expresas tus sentimientos. Parece que no quieres a tu familia", así que mientras había gente en mi casa sólo escuchaba
"Mari, ponte con el cuadro"
"Siéntate con nosotros y ponte con el cuadro"
"Blablacuadroblablacuadro"
Años más tarde descubriría que mi estado era "hasta los cojones", pero a esa edad aún hablaba muy bien y de forma correcta y sólo sabía que estaba harta. Como máximo acto de rebeldía decidí hacer punto sólo cuando estuviera sola y seguir leyendo y discutiendo con mi hermano cuando volvieran.
Una mañana mis padres y mi hermano se fueron de viaje. Sólo tenía que ocuparme de apagar la olla exprés y de hacer lo que me apeteciera. Y lo que me apeteció fue tumbarme en el sofá del salón a terminar el cuadro para lanzarlo sobre sus cabezas cuando volvieran. Estaba tan concentrada dando puntadas y viendo California Dreams que olvidé completamente a mis padres, a mi hermano y a la olla exprés.
Cerca del medio día me levanté para ir al baño y justo cuando iba a cruzar por la puerta de la cocina se escuchó BOOOOOOOOOOMMMM!!!!! y en un abrir y cerrar de ojos el suelo estaba inundado y las paredes y el techo de la cocina forrado de judías.
Cuando volvieron tuve que ahorrarme el numerito estrella en el que desde la puerta de las escaleras les lanzaba el cuadro y optar por el de drama-queen que intenta ser la víctima de la olla y no al revés.
Ojala hubiera ocurrido en la era de las cámaras digitales. Ahora mismo podría postear la foto de la cocina, mucho más divertida, mejor que la del cuadro-de-la-destrucción.
Mirad qué cara de cabroncete se le quedó para el resto de los tiempos, después de implicarme directamente en la explosión:
Cuando Marduk me preguntó que cuál fue mi siguiente cuadro de petit point, después del conejito, me entró muchísima pereza preparar un post para enseñarlo. Para mí este cuadro siempre será ese verano y ese verano, pese a todo lo que pudiera ocurrir, será mi abuelo. Igual que para mucha gente hoy es la noche de San Juan, para mí hoy es su noche. Así que aunque no me guste ni escribir, ni hablar sobre él, he querido dejar esto aquí, congelado, para poder seguir hablando del resto de cuadros que vinieron después sin saltarme nada. Nada importante.